La labor de los gestores de fondos de inversión

La labor de los gestores de fondos de inversión

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Bernard Madoff ha vuelto a poner a los gestores de fondos en el ojo del huracán. El que hasta hace poco era considerado uno de los gestores más prestigiosos de Wall Street, especialmente entre las familias más acaudaladas, pasará a la historia como el presunto artífice del fraude más grande jamás conocido por un valor cercano a los 50.000 millones de dólares y ramificaciones en todo el mundo.

Para urdir su trama Madoff utilizó el conocido como esquema Ponzi, cuyo funcionamiento es muy similar a los sistemas piramidales. Básicamente consiste en atraer clientes (inversores) a través de la promesa de fuertes beneficios a corto plazo. En caso de que el gestor no sea capaz de lograr estas rentabilidades, utiliza la liquidez que le proporcionan los nuevos clientes para cumplir con los antiguos y así el sistema sigue creciendo a través de un dinero que ya no existe. Al final, el fraude sale a la luz cuando la bola de nieve es demasiado grande y cae por su propio peso. En el caso de Madoff, la disminución de nuevas aportaciones y la retirada de fondos de algunos clientes debido a la crisis destaparon la estafa.

Este escándalo destaca una vez más la importancia de la labor de los gestores de fondos en primer lugar por su honradez a la hora de manejar el capital que reciben y en segundo por la forma en la que pueden influir en los resultados económicos. Madoff había sido un excelente gestor en el pasado y gracias sólo a su fama consiguió atraer a las personas más ricas del mundo y que hasta hace relativamente poco tiempo no se pusiese en duda un rendimiento sospechosamente positivo por parte de sus fondos. Por suerte, existen otras fórmulas al margen del prestigio para determinar hasta qué punto es buena o mala la labor de un gestor. Es lo que en términos financieros se conoce como alfa y que mide la influencia de la labor de gestión en el desarrollo del fondo tratando de excluir los elementos relacionados con la propia evolución del mercado. Este último es el llamado beta, que valora lo que ganaría un fondo sólo por estar activo.

En realidad, el alfa es una medida estadística para determinar la rentabilidad ajustada al riesgo que asume o genera el gestor, en tanto que la beta identifica la rentabilidad del fondo o inversión en relación al índice de referencia. De esta forma, un fondo con beta cero indica que su comportamiento es independiente al del mercado, mientras que si es positivo, seguirá la evolución del mismo (si este sube el fondo hará lo mismo) y al contrario si es negativo. Es decir, la beta indica la exposición al mercado que asume el gestor y el alfa su capacidad primero para seleccionar valores y segundo para actualizar su cartera o mover sus activos.

Dentro de un mercado eficiente, el coeficiente alfa debería ser el mismo que el retorno que el del activo libre de riesgo. Es decir, cómo esperamos que se comporte el índice de referencia en una posición de riesgo neutral, que es precisamente lo que mide beta. Así, cuando el alfa de un fondo es menor que el su índice de referencia suele decirse que su rendimiento ha sido ‘pobre’ en función de los riesgos adquiridos y viceversa.

Al final, el alfa y la beta sirven para establecer la calidad de un fondo de inversión más allá de los resultados financieros. En cierta forma, son indicadores de cómo se gestiona el fondo y los riesgos que este asume. Así, dependiendo del modelo de fondo que se desee contratar habrá que darle mayor o menor importancia a cada uno de los indicadores. Así, por ejemplo, un inversor que busque un fondo de gestión pasiva no debería prestar demasiada atención al alfa, en tanto que quien desea que sus activos se gestionen de forma más activa y que el gestor aporte un valor añadido sí.



Foto pfala en Flickr.com